lunes, 25 de mayo de 2009

¿Quien paga?... Moya


Necesito un trago, de los fuertes. Necesito que alguien me explique en definitiva qué es un país que hace bien las cosas. Ya no entiendo muy bien qué es hacer bien las cosas, y eso es grave.

Una epidemia asola nuestro terruño larguirucho y rico en sueños. Llevo casi 4 años escuchando que tendríamos el mejor sistema de transporte público del culo del mundo. Que el Auge vendría sin problemas. Que las carreteras sólo cobrarían lo que corresponde (cosa que no tiene nada de grandioso, uno siempre debería pagar lo que corresponde, nunca más ni menos). Que tendríamos más trabajo con buenos planes de empleo. Una ley de responsabilidad penal juvenil para jóvenes problemáticos. Tribunales de la familia que funcionarían como una aspiradora. Más puentes, más ferrocarriles, más seguridad, más bonanza, más felicidad. Nunca más apagones, nunca más colas en las consultas, nunca más esmog ni pre o postemergencias de ningún tipo, nunca más falta de honor o de fraternidad.

Que la educación sería cada día más igualitaria, de mejor calidad. Que los sin casa tendrían hogares decentes. Que fuéramos emprendedores, creativos. Que en vez de importar, exportaríamos de todo. Casi el paraíso.

Se ira Bachelet y no hay día que no me hayan cambiado la copia fiel del Edén.

No hay agua, por lo menos por ahora (aunque hoy llovió un poco), por lo menos en la zona central. Bueno, la culpa de eso pongámosla a Dios. Y el resto, ¿a quién o a quienes responsabilizo? Puesto que, hasta donde alcanza mi comprensión, los países no se hacen por arte de magia, menos solos.

A la señora Presidenta, no. Ella a sido un títere en este Gobierno. Así que… ¿a quién? Simple, a los de siempre. O sea, Juan dice que avisó a Diego; éste, a su vez, dice que Pablo no escuchó. En fin, vamos culpando al otro mientras las cosas van de mal en peor.

Pero ojo, algo está cambiando en este país. La gente está comenzando a indignarse, a exigir responsabilidades reales. O sea, que no siempre la cuenta la pague Moya y sanseacabó.

Moya está enojado y con razón. Le ha tocado duro. Desde que descubrieron el dulce terruño, los momentos de alegría son los menos. Guerras, luchas fratricidas, terremotos, etnias que desaparecen. Y cuando todos creían que el cobre era nuestro, que éramos un ejemplo de estabilidad y democracia, se nos ocurre realizar un sueño socialista que termina en un baño de sangre.

De ahí a 17 años de abusos, cinturones apretados, noches de pánico, PEM, POJH y terremoto incluido. Una pausa para la ilusión de la alegría que venía.

Cuatro años de transición, más seis de reingeniería, más seis de todo bien, cada día mejor, y ahora la hora de la verdad. Moya me ha murmurado al oído que ya no da más. Si las cosas no cambian que se preparen, pues no sólo de temblores diarios vive nuestro Chilito.

Que está bueno ya, pues aunque las vacas no vuelen (si bien muchos crean que sí), una cosa es cierta: no hay mal que dure cien años ni tonto que lo resista, y de tonto Moya tiene poco, muy poco, y si las cosas no se aclaran, me dijo que vuelve a nacer vestido para la guerra.