La sorpresa no fue saber que Bush tenía un iPod. Lo increíble fue conocer qué música guardaba dentro. Apenas una foto casual delató el ubicuo aparato en el bolsillo del ex presidente, varios medios dispusieron un operativo especial para dar con su lista de canciones favoritas. Se lanzaron apuestas y predicciones: ni The Clash ni Compay Segundo, por razones obvias. ¿U2, quizás? ¿Tony Bennet? ¿Cat Stevens (pero no, diablos: el hombre ahora es musulmán)?
La curiosidad respondía al mismo impulso que puede ponernos en guardia ante un seguidor de Daddy Yankee o enamorarnos de la persona con la discoteca adecuada. La música que escuchamos dice mucho sobre nuestra personalidad, y si eso hasta ahora era puro sentido común, ya hay evidencia científica para apoyarlo. Dos estudios coordinados entre universidades de Londres y Texas descubrieron patrones emocionales comunes entre 3.500 personas según sus respectivas aficiones.
Veamos: La gente extrovertida prefiere música cantada y con mayor predominio del bajo, y tiende a ser más solidaria y de mayor autoestima. Los seguidores del jazz y la música sinfónica tienen una imaginación más activa, son más tolerantes y abrazan ideas políticas liberales. Los metaleros no son nada de tontos y más curiosos que el promedio. Los seguidores del tecno y el hip-hop, en tanto, se unen en su alta energía, capacidad de perdón e incomodidad con las ideas conservadoras. Se creen, además, más lindos que el resto. Los más serios candidatos al suicidio son los fanáticos de la ópera (tres veces más que el promedio). Obvio: el drama se les cuela a la propia vida.
Estudios de este tipo pueden aportar datos significativos a los debates culturales en boga, tan llenos de rigideces en torno a las “malas influencias” que tientan a la juventud. Los académicos, de hecho, determinaron que no hay un vínculo directo entre el gusto por el rap y una personalidad agresiva. De hecho, los fans del hip-hop y el metal suelen ser más tímidos que el promedio. También puede aprovecharse determinado tipo de música para fines productivos: trabajar con música de fondo ayuda a que los extrovertidos se concentren, pero distrae a los demás.
La historia de “Alta fidelidad” lanzó antes conclusiones parecidas. Por su conexión directa a nuestras emociones, la música y nuestra vida social mantienen una relación de intercambio: si bien es posible que un gótico se enamore de una rapera, lo más probable es que al encuentro lo dificulten los muchos prejuicios que hoy nos generan los gustos musicales ajenos. Para bien o para mal, el nuevo modo de escuchar música a través de listas digitales ha determinado una categorización más estricta de quiénes somos y qué estímulos buscamos a nuestro alrededor.
¿Qué había en el iPod de George W.? Country de John Fogerty, folk de Joni Mitchell y algo de blues blanco. No lo decimos nosotros, sino el informe citado: “Son los gustos musicales de alguien simple, que prefiere no pensar mucho para no complicar las cosas”. Debimos haber sabido que no había que dejar el mundo en manos de un fanático del country.
Ahora tenemos el consuelo que Obama gusta de Sara Maclahan y esos ideales de arreglar el mundo, gusto que comparte este humilde servidor.