- Me cargan los maricones. Son muy fletos.
- Oye, pero mi hermano es gay…
- Noooo, pero tu hermano no. Tu hermanito no, él es distinto.
Algo así eran los notables diálogos que sostenían Alvaro Díaz y Pedro Peirano en un espacio del programa Plan Z del desaparecido (pero muy recordado) Canal 2.
El éxito de esa parodia siempre tuvo su base en la capacidad de reírnos del doble discurso que nos acompaña en la cotideanidad. Con el tiempo hubo personajes que explotaron esa corriente y quizás El Malo, interpretado por Daniel Muñoz, fue el que puso el acento en decir una serie de verdades que dolían hasta el alma, pero en calidad de comedia.
Así, con la explosión del periodismo de farándula nació Yerko Puchento. Lo notable de este personaje que sobrevivió más de lo habitual en el esquivo imperio del rating era su empatía con lo más profundo del Chile de hace 2 años (casi igual al de ahora). Un país que demandaba verdades, realidad pura como el reality 181o, al menos en su oferta, pero todo bajo el disfraz mentiroso de la broma, la consabida talla que como pueblo nos hace divertidos, más no alegres (una paradoja digna del sillón de un siquiatra).
Sólo Yerko, que era mentira, podía decir verdades, las que todos contábamos en privado y silenciabamos en público.
Nuestro paparazzi juglar resumía el signo de esos tiempos descreídos e iconoclastas, de algún modo sin Dios ni ley, en una sociedad donde no se podía confiar en nadie, pero menos en los tontos serios y solemnes.
- Oye, pero mi hermano es gay…
- Noooo, pero tu hermano no. Tu hermanito no, él es distinto.
Algo así eran los notables diálogos que sostenían Alvaro Díaz y Pedro Peirano en un espacio del programa Plan Z del desaparecido (pero muy recordado) Canal 2.
El éxito de esa parodia siempre tuvo su base en la capacidad de reírnos del doble discurso que nos acompaña en la cotideanidad. Con el tiempo hubo personajes que explotaron esa corriente y quizás El Malo, interpretado por Daniel Muñoz, fue el que puso el acento en decir una serie de verdades que dolían hasta el alma, pero en calidad de comedia.
Así, con la explosión del periodismo de farándula nació Yerko Puchento. Lo notable de este personaje que sobrevivió más de lo habitual en el esquivo imperio del rating era su empatía con lo más profundo del Chile de hace 2 años (casi igual al de ahora). Un país que demandaba verdades, realidad pura como el reality 181o, al menos en su oferta, pero todo bajo el disfraz mentiroso de la broma, la consabida talla que como pueblo nos hace divertidos, más no alegres (una paradoja digna del sillón de un siquiatra).
Sólo Yerko, que era mentira, podía decir verdades, las que todos contábamos en privado y silenciabamos en público.
Nuestro paparazzi juglar resumía el signo de esos tiempos descreídos e iconoclastas, de algún modo sin Dios ni ley, en una sociedad donde no se podía confiar en nadie, pero menos en los tontos serios y solemnes.
Cualquier político, conductor de noticiero o vendedor de seguros se querría la credibilidad que alcanzó Yerko, quien bajo una personificación muy bien lograda, asumía y enfrentaba cierta necesidad de mofa, de sorna impúdica, que en caso contrario son la antesala de la guerra civil en sordinas.
Yerko nos hacia bien. Imaginen a este personaje de trajes ajustados en los noticieros de hoy en día, pulverizando a los políticos. Haciendo preguntas impertinentes de los empresarios, cuestionando las conferencias de prensa. Sería mucho más digno que las franjas que se gastan a veces en publicitar en los centrales noticiosos las parrillas programáticas de cada canal. Aún sería un aporte. No se rían… piénsenlo.
Yerko nos hacia bien. Imaginen a este personaje de trajes ajustados en los noticieros de hoy en día, pulverizando a los políticos. Haciendo preguntas impertinentes de los empresarios, cuestionando las conferencias de prensa. Sería mucho más digno que las franjas que se gastan a veces en publicitar en los centrales noticiosos las parrillas programáticas de cada canal. Aún sería un aporte. No se rían… piénsenlo.