A menudo vemos a los argentinos como un atajo de fanfarrones y chantas, ese tipo de personas que se creen más de lo que realmente valen, los vemos como personas poco confiables, reyes de la improvisación, la informalidad, el desorden, molestosos, egocéntricos y ultra tacaños, pero también vemos en ellos un envidiable desplante, una personalidad avasalladora diametralmente opuesta a la de nosotros - los chilenos – que somos opacos, tímidos, sin tema de conversación, incultitos, acomplejados e inseguros.
Los argentinos, todo lo hablan con convicción y seguridad asombrosas, aunque en ocasiones – muy seguido – no tengan una puta idea de lo que están opinando, son algunos de nuestros prejuicios sobre nuestros hermanos nacidos del otro lado de la cordillera, siempre le atribuimos un numero de vicios y defectos más bien propios de los porteños, además los hacemos extensivos – injustamente – a los que son de provincias. ¿Les tenemos envidia? seria una exageración decir que si, pero claramente ellos tienen cosas que nosotros no, son esas pequeñas cosas que aquí siempre se recuerdan con tal de achatarnos a nosotros mismos, si no me cree pregúntele a cualquier mujer chilena que al menos por facha y prestancia los chilenitos llevamos todas las de perder, ni modo. No es un misterio que las mujeres argentinas son objeto de deseo para los chilenos, para aquellos que no están con polola al lado – por cierto – resulta más que evidente esa ventaja gigantesca que la argentina le saca al nunca bien ponderado “producto nacional”.
Ellos tienen pampa, nosotros cerros, ellos tienen una cultura deportiva que se origina en los barrios – lo que les permite mantenerse saludables – nosotros nada – excepto un culto a echar guata y dormir la mona hasta que nos de puntada – su capital es lise y llanamente deslumbrante, la nuestra en cambio la consideramos horrorosa, sin una identidad clara. Allá la palabra de los niños es siempre considerada, acá la opinión de los cabros vale hongo, pero la principal diferencia estriba en que en Argentina existe una figura potente como la del padre, hombre siempre presente cuya autoridad es ley, el cría, los lleva al colegio, los saca a pasear, los entrena desde mocosos para que sean buenos deportistas, nosotros en tanto, nosotros contamos con esa madre omnipresente, esa que convierte a su hijo varón en un guiñapo sobre protegido y hasta un poco amanerado – en algunos casos – un ente decorativo de nula gravitación en lo domestico, solo aquí en Chile se ven madres llevando a guailones de 14 o 15 años subidos en las faldas de mamá, por esa razón después salen irresponsables y poquita cosa cuando son adultos, acá no se tiene la figura paterna de los argentinos que desde chicos – incluso – parten hablando más fuerte y más ronco.
Argentina es un país rico que debería estar a la altura de Canadá o Australia, pero ahí abunda la farra, el caos institucional, la componenda espuria que los somete a una permanente crisis financiera y que los ata a un subdesarrollo que les recuerda – de vez en cuando – con mucho dolor que pertenecen a este lado del mundo, que finalmente son parte de América Latina. Chile fue el primer país que organizo su estado – ese es mi chilito – y su historia republicana no tiene parangón con otros países del continente, ellos tienen todo y no logran nada, nosotros tenemos muy poco y con eso hacemos mucho, nosotros somos tipos eficientes, competentes y en la generalidad muy correctos, sin embargo cometemos ese estupido error de subestimarnos en exceso.
Dejándose de comparaciones y tonteras, por mucho que no queramos los de aquí y no quieran los de allá, ambos pueblos tenemos un destino en común, nadie puede suponer que uno de los 2 países ganara un lugar en este mundo si no es en compañía del otro, cosa que se va aprendiendo en vista de una notable integración en todos los campos. Quien no ha tenido algún amigo o conocido argentino, si no es su caso y se topa con uno vera que después de la fantochada inicial son buenas personas y muy creativas, hasta graciosos son los hueones.