Que ocurrió entonces, las "mentes brillantes" de la Unión Soviética llegaron a una conclusión rápida, se preguntaron ¿que nos sobra? la respuesta fue una: hombres. Así se dio paso a la era de los robots biológicos, se paso de la tecnología de punta a auténticos mandriles de plomo, mascaras llamadas pétalos de flor o morros de cerdo, por las heridas que causaban alrededor de la boca y la forma que tenían. 700.000 personas, campesinos y militares, algunos quizás sabían lo que iban a encontrar, otros desconociendo su suerte caminaban hacia una muerte segura.
Sus rudimentarios trajes de plomo y aquellas mascaras ya estaban obsoletos y era esta la única defensa de aquellos hombres, su frágil escudo para adentrarse en lo más profundo de los misterios de la radiación, muchos fueron obligados a ser "liquidadores", aunque oficialmente jamas se admita. Recluidos en quizás una de las maniobras mas atroces de toda la historia, otros veteranos militares en la reserva si eran consientes de que darían su vida y que su muerte su muerte horrible seria una especie de ofrenda, una ofrenda para salvar a su patria de aquel apocalipsis. Actuaron en consecuencia dando siempre un paso hacia adelante hasta el final, la misión parecía sencilla, colocarse aquellos trajes - de 35 kilos de peso - confeccionados rápidamente utilizando material que cubría las paredes de muchas oficinas oficiales y subir siempre a toda prisa, sin mirar atrás y tomar camino hacia el mismo techo del reactor 4, bastaban 3 minutos de trabajo recogiendo aquellos escombros negros y humeantes lanzándolos al fondo de aquel pozo que no paraba de emanar un extraño calor, ese era su cometido, así de rápido, así de peligroso.
Se les hablo de un sueldo multiplicado por 6, incluso de uno de por vida y ellos sonreian felices, imaginaban los viajes que podrían hacer con sus familias sin saber quizás que su destino ya estaba marcado. A muchos soldados se les ofreció terminare su servicio militar a cambio de una subida al techo de Chernóbil, una de esas subidas donde los anfitriones eran el uranio y el plutonio, no pocos accedieron y es que la oferta no parecía mala, 2 largos años envueltos en balas y trincheras en Afganistan o unos pocos minutos bajo la silenciosa presencia de los rayos gama. Otros hombres aseguraron que no lo hacían por dinero, entregaron su vida de forma voluntaria con un arrojo que sobrecoge el alma, solo hacia falta cruzarnos con su mirada perdida en el tiempo, la mirada de alguien que sabia que caminaba hacia el más allá, los ojos de alguien que se inmola para salvar a su país y quizás a toda la humanidad.
Militares, pero también campesinos de las zonas más reprimidas, sabían que el poder necesitaba de sus brazos y valor, también sospechaban que ese era un viaje hacia un final horrible. No resultaba extraño que las instrucciones se les dieran a través de primitivos sistemas de vídeos, se les enseñaba a como ejecutar esa coreografía precisa y macabra a la vez, aun resuenan las voces de los jefes gritando angustiados, sabedores de que cada segundo en el techo dividía la vida de la muerte.
Continuaron, iniciando la desigual lucha de la pala contra el átomo, lo nunca visto, lo jamas imaginado, ese átomo del progreso había mutado, que se escurría de las manos, que se colaba en el cuerpo y que destruía todo atisbo de vida a su paso, hombres que recogieron el grafito radio activo con las manos desnudas, recogiendo cristales, cavando a toda velocidad cómo máquinas humanas, respirando la radiación en un lugar que fue lo más parecido al infierno sobre la tierra. Cómo un ejercito de espectros vivientes, con sus trajes blancos que se oscurecían de inmediato y que podían usarse una sola vez avanzaron hacia el gran cráter con decisión cuando cada segundo y cada paso eran estar más cerca de la muerte, la dosis de radiación resistida era absolutamente incompatible con la vida humana, aun hoy muchos científicos desconocen cómo pudieron resistir esos 3 minutos sin caer fulminados.