jueves, 23 de julio de 2009

Pobreza


Hasta hace unos doscientos años se creyó que la pobreza era asunto natural, normal, inevitable. Entre 1792 y 1795 apareció una idea nueva, opuesta, crucial en la modernidad: la pobreza no es normal, es cultural, subproducto también de la ley, evitable. Tomas Paine la propuso en inglés y Condorcet en francés. Ambos coincidieron en que donde hay muchos pobres y muchos o pocos ricos conviene averiguar dónde está y cómo se reproduce esa riqueza y redistribuirla; Paine insiste en imponer impuestos a los ricos y apoyar a los pobres, Condorcet en la educación. Ambos verifican que si se saca a la gente de la trampa de la pobreza será capaz, si se la apoya, de hacerse cargo de sí misma. No se trata, entonces, de “paliar” la pobreza; es posible erradicarla.

Esta idea ha pasado por numerosos vericuetos y sólo después de los treinta años de guerra europea y mundial, en la década de 1940, ha recuperado vigor como política de gobierno (no sólo de “gobernabilidad”) Y se construyeron los llamados “Estados de Bienestar” sólo consolidados en Escandinavia y quizás en Holanda; conviene atender a lo que han hecho.

Porque continúa habiendo pobres y es evidente que el “desarrollo económico” no basta para que deje de haberlos (¿o acaso no los hay a raudales en el propio Estados Unidos?) Una de las ideas derivadas de la de Paine y Condorcet es que se debe ofrecer “igualdad de oportunidades” a los ciudadanos. Condorcet asiente; Paine insiste en que también se debe redistribuir. Otros no; así, desde mediados de los años setenta (entre otros, nosotros, pero sin haber contado nunca con un Estado de Bienestar) se han ocupado de desmontar cuanto apoyaba una mejor distribución de la riqueza.

Aquí, ahora, en Chile, ha habido palabras medrosas acerca de los desniveles económicos que se dan en un país que ya ha realizado una importante acumulación de capital - que botamos en el Transantiago - Pero no aparece el factor clave: una clara voluntad política para resolver el caso. Abundan, por cierto, propuestas “técnicas” más destinadas a “paliar” la pobreza que a suprimirla. Y resulta curioso que de inmediato se cruce una seudovoluntad política “anticorrupción” muy visible por ejemplo en algún diputado de afición denunciante que solicita una opinión pública “informada” en año electoral - como el que vivimos - y equipara información con información sobre presuntas corrupciones. Era de noche y sin embargo llovía: la lógica estúpida y perversa del lenguaje mendaz de la publicidad. Si de algo debiera estar informada nuestra opinión “pública” es de los vericuetos que explican y pueden resolver nuestro apartheid social y económico.