Fue Nicanor Parra quien incluyo en la poesía castellana todo ese maravilloso aporte lingüístico que nos ofrece el siempre desdeñado ingenio popular, estudio ingeniería, estudio física, pero decidió dedicar su vida a reescribir esas leyes relativas a esa materia viva y en constante mutación, muy poco dada a someterse a la lógica rigurosa de los números, son las leyes del lenguaje, que para cuestiones prácticas es la materia prima de su obra, por la que será recordado por siempre. Es en lo cotidiano donde estriba la enorme fuerza gravitacional de su obra, e ahí el hombre que exalto el preciosismo de lo simple, quizás sirva de borrador para el epitafio de quien a menudo ensaya sobre su muerte, sin los achaques propios de la edad, de quien no busca premios ni amigos, ni agregadurías propias del mundo cortes a lo artístico. La lengua castellana tenía una deuda con el viejo Nicanor.
De todos los poetas del mundo – absolutamente todos – es el que mejor conoce acerca de la física y la materia, y de todos los físicos en el mundo es quizás el único en dar con la formula que nos permita salir del loco laberinto quántico de las figuras literarias, no existen en su formula poética ordalías faraónicas, ni estentóreos estallidos de emoción, ni flamígeros pájaros surcando el cielo estrellado. Pese a su carácter hermético bajo del parnaso y entrego sus coloquiales versos al mercader, al esclavo, al meteco y al ciudadano, porque al final de cuenta eran de ellos, por así decirlo logro democratizar como nadie la poesía.
Dios + Dios = “Cuatrio”, Nicanor Parra patea el tablero, a mitad de camino comprende que el humor sirve para contrarrestar la gravedad de la poesía solemne, y que es precisamente, el humor, la fuerza que es capaz de hacernos levitar y reponernos al achatamiento de nuestras rutinas. Fue Nicanor quien supo comprender que el universo podía extender sus limites a lo visual, mediante instalaciones llenas de ingenio, dijo una vez que “esperaba ganar el Nobel” por razones humanitarias, lo dijo en días donde Pinochet se encontraba detenido en Londres.
97 años de vida y contando, serán 100 cuando el calendario de 2014 marque el 05 de septiembre, nació en San Fabián de Alico, allá en la VIII región, una localidad donde – muy probablemente – poco se sabia de las malas nuevas que llegaban de la Europa ensangrentada y envenenada en las trincheras de la gran guerra, la primera. Es el único que a logrado sobrevivir en esa resplandeciente generación familiar de creadores, entre los que destacan Violeta, Eduardo y Roberto, autor de: Cancionero sin nombre, Poemas y Anti-poemas, Versos de salón, Manifiesto, Canciones rusas, Cachureos, Eco poemas, Guatapiques, Ultimas predicas, Hojas de Parra.
El premio Cervantes no lo inscribe ni mucho menos en la constelación de estrellas, estuvo ahí desde el big-bang latinoamericano, incluso antes que su estrella emitiera esa luminosidad estética tan singular. Hay estrellas menores, hay otras distantes y apenas perceptibles, hay otras que aun no han sido descubiertas y como el, también hay muchas estrellas de intenso brillo y coordenadas reconocibles, gigantes del firmamento que resaltan al ojo humano aun sin telescopio y que aun muertas continúan emitiendo un esplendor incandescente en la abrumadora extensión del infinito, como una supernova que muta en luces de colores disparadas a los confines del espacio. No es – simplemente – Parra el premiado, es Pezoa Veliz, Enrique Lihn, Hernán Miranda, Floridor Pérez, es De Rokha y Huidobro, Maqueira y Uribe, es el gran Gonzalo Rojas, la Mistral y hasta Neruda. Por qué no los narradores, cuyas prosas se ven lamentablemente eclipsadas por el fulgor de mucho de lo que aquí en Chile se ha escrito en versos.