La diplomacia de apaciguamiento con los vecinos, que
se arrastra por décadas, está agotándose. Recientes cambios en
Argentina, Bolivia y en Perú tienen repercusiones en las relaciones
bilaterales y aconsejan considerar una nueva estrategia.
Cristina Fernández avanza a ocupar el vacío que está dejando Hugo
Chávez. En la Cumbre de las Américas no participó en ceremonias
oficiales y se retiró anticipadamente, por falta de apoyo a la
reclamación de las Malvinas. Sus políticas económicas, agresivamente
proteccionistas y confiscatorias, también afectan a Chile.
Descomedidamente, a horas de su visita de Estado a Santiago, caducó los
derechos de explotación de la filial de Enap en Chubut, asociada a
Repsol, que luego expropió. A este despropósito se agregan el amparo
argentino a un requerido por el asesinato de un senador chileno, los
problemas de otros inversionistas nacionales con ese gobierno y las
persistentes trabas que decretó a las exportaciones chilenas.
En beneficio de las buenas relaciones con Argentina, Chile ha dado, a
mi juicio, respuestas equívocas por las caducidades y expropiaciones
petroleras. También entrega señales erradas al no sumarse a decenas de
países que han recurrido a la OMC para demandar al gobierno trasandino y
poner término a sus restricciones al comercio exterior.
El Presidente Humala cambió su gabinete, abriendo espacios de
influencia creciente a sectores nacionalistas y militares, y presentando
exigencias inaceptables sobre el desminado en territorio chileno al
norte de Arica. Al respecto, la Cancillería ha preferido descomprimir
con un acuerdo para que el desminado no siga siendo realizado por
militares chilenos, sino por una empresa extranjera. Es un pésimo
precedente convenir con un vecino el ejercicio de derechos soberanos en
territorio propio. Baste imaginar la reacción que habría surgido de
convenir un acuerdo con Argentina para desminar las islas Nueva, Lennox y
Picton durante el conflicto del Beagle.
El Presidente Evo Morales ha incrementado sus ataques contra nuestro
país. Nuevamente, la diplomacia optó por la moderación en Cartagena,
replicando sin la contundencia con que lo hiciera el 23 de marzo recién
pasado, y sin rechazar, entonces, la afirmación de Morales de que su
aspiración marítima es un tema regional.
A futuro nuestra diplomacia no podrá dejar de transparentar los
desacuerdos con los vecinos: han ido demasiado lejos. Habrá que buscar
un nuevo trato y enfrentar los desencuentros con realismo, asumiendo los
costos de que las buenas o normales relaciones vecinales no son tales
mientras se agravien nuestros intereses.
Chile debe estar siempre abierto al diálogo con los vecinos y
respetar sus decisiones internas. Pero también tiene la obligación de
mantener un principio permanente de su política exterior y condicionar
clara y abiertamente su posición a la coincidencia de sus intereses con
las acciones de los gobiernos limítrofes.